ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA
Cuando en la infancia hemos experimentado algún trauma, como niños/as empezamos a funcionar desde un estado de supervivencia, caracterizado por el miedo, el estrés y la desconfianza. Desde este estado, se ponen en juego y nos empujan a explorar y activar estrategias concretas para darnos la sensación de que, a través de las mismas, podremos conseguir aquello que (creemos) nos asegurará nuestra supervivencia.
Cuando somos niños y vivimos situaciones de carencia, abuso, rechazo o abandono desarrollamos inevitablemente formas de adaptarnos a lo ocurrido. Desde ese lugar de desconfianza y miedo a no sobrevivir, no nos quedó más remedio que elaborar y poner en práctica una serie de recursos y estrategias para así influir en el mundo y lograr obtener aquello que precisamente necesitábamos.
Y así es como aprendimos a sobrevivir: adoptando, probando y desarrollando recursos y técnicas para manipular, influir y controlar nuestro entorno, de manera que pudiésemos salvaguardar nuestras heridas y proteger la extrema vulnerabilidad que se ocultaba en ellas. Es decir, si usamos (y seguimos empleando) dichas estrategias es para evitarnos sentir el dolor del trauma.
Fue precisamente a través de dichos mecanismos que aprendimos a relacionarnos con el mundo… por lo que, muy probablemente, describan también ahora nuestra forma natural de estar en la vida.
Es por eso que cuando atendemos los mecanismos y recursos que desarrollamos e integramos entonces, nos sirve a cada uno para explorar y descubrir cuál es la tendencia que impera en la actualidad… Si bien podemos descubrir algunas de las formas más comunes y que muchos de nosotros compartimos y ponemos en práctica de forma inconsciente.
Estrategias como la exigencia, la condena, la manipulación, la venganza, la súplica o la resignación pueden ser comunes (en distintos grados de influencia) en cada uno de nosotros. Dependerá, sobre todo, del estilo personal y los significados de utilidad que les brindamos en nuestros primeros años de vida.
1. EXIGIR Y CONDENAR - Lograr lo que Necesito.
La primera de estas estrategias implica la exigencia y la condena, empleando una energía de abuso y agresión que nos sirve para anular, intimidar o abrumar al otro, para así conseguir lo que queremos.
Esta forma generalmente puede ir asociada a una baja tolerancia a la frustración. Nuestro Niño/a Interior quizás perciba que se ha producido una injusticia y, para no contactar con el dolor de su propia herida, dirige toda su energía en tocar o activar las posibles heridas del otro.
En este caso, podríamos decir que hay una polarización extrema en otorgar importancia a los derechos propios, que desatiende los motivos y causas del otro. Representa el reflejo arquetípico del «niño consentido«, que consigue, cueste lo que cueste, todo lo que se propone. Desde este espacio sentimos que se «nos debe» algo y nuestra única prioridad es satisfacer las necesidades personales, aun a costa de las del otro.
Aunque pueda ser efectiva para lograr satisfacer nuestra necesidad puntual, esta forma suele generar resentimiento, distancia y miedo en el otro, puesto que la culpabilización y condena que siente terminan por alejarlo emocional o físicamente de nosotros. De esta forma, este mecanismo nos conduce al autoboicot, pues terminamos logrando precisamente aquello que tanto nos afanábamos en evitar.
Finalmente, cabe recordar que este mecanismo (que algunos podríamos juzgar de egoísta o egocéntrico) tan solo pretende salvar el dolor del trauma infantil, logrando recuperar el poder personal que internamente perdió en el momento de abuso o maltrato.
Es decir, detrás de esta tendencia de la personalidad, solo encontramos a un niño herido y asustado que aprendió a sobrevivir por medio de la exigencia y la condena.
Solo cuando tome consciencia del uso de dicho mecanismo inconsciente, y lo que tapa con su activación, podrá darse cuenta también del dolor y las consecuencias que genera en su vida.
2. MANIPULAR - Influir en el Mundo
Otra estrategia que solemos usar conlleva la manipulación. Este mecanismo no emplea una energía tan explícitamente violenta como la anterior, por lo que la podríamos describir dentro de un registro pasivo-agresivo.
En este caso, es a través de actos deshonestos y engañosos que tratamos de influir y condicionar al otro para así obtener lo que ansiamos y salirnos con la nuestra. Podríamos decir que en este caso el Niño aprendió que expresar rabia e ira, o mostrar algún rastro de agresión explícita, estaba mal y era reprochable. Por lo tanto, desde el propio juicio, aprendió a cubrir dichas energías con un manto de inconsciencia, para buscar otras salidas a estas mismas emociones.
Como en el caso de la exigencia y la condena, aquí también existe una sensación de injusticia profunda. Sin embargo, no se produce una demanda tan clara o explícita hacia quien creemos que podría satisfacer nuestras necesidades, sino que buscamos la manera de lograr aquello que deseamos de forma más bien encubierta. Por esta razón, suele ser un estilo poco claro y transparente, incluso para quien lo lleva a cabo, que a veces ni siquiera es consciente del «para qué» lo está empleando.
Generalmente no hay mucha consciencia del estilo manipulador que llevamos a cabo, por lo que incluso puede ofendernos si alguien nos confronta poniéndolo en evidencia. En dicho caso, podemos sentir mucha culpa interna, por lo que solemos usar nuestra coraza para bloquear dicha emoción y dirigirla de nuevo hacia afuera.
Aunque este mecanismo puede ser muy efectivo, a la larga, los demás acaban sintiéndose manipulados, engañados o traicionados, hecho que también los aleja y repercute en reforzar las propias heridas de abandono o rechazo que podamos sentir.
Necesitamos poner luz y hacer consciente dicha estrategia y las motivaciones que persigue; y esto conlleva un acto de transparencia y honestidad profundos para con nosotros mismos.
3. VENGANZA - Búsqueda de Justicia
Un tercer recurso implica la clásica búsqueda de venganza, que a veces puede llegar a desenvolverse desde la presunta «frialdad» de que «nadie se lo espere«. Es cuando simulamos que no nos importa lo que nos han hecho (a pesar del dolor que sintamos) pero vamos acumulándolo para devolverlo de golpe.
La sensación de impotencia por la «injusticia» que se ha producido contra nosotros es tan abrumadora, que toda nuestra energía se centra y obsesiona en reequilibrar la balanza y que se haga justicia. La venganza se transforma en un «deber» que, hasta que no lo veamos cumplido, nos puede llevar a sentir que la vida está en deuda con nosotros.
Y esta sensación de «causa pendiente» es debido a que emocionalmente nos mantenemos encadenados a la persona o situación que se produjo, por lo que nos hacemos inconscientemente dependientes del devenir de su vida o su destino, con la expectativa de que se nos devuelva la dignidad y autoridad personal que sentimos que se nos arrebató con su intervención. Es ese «ni olvido ni perdono», que no nos deja tranquilos hasta haber devuelto el daño, con el que creemos que podremos restaurar nuestra propia dignidad.
La verdad es que, a pesar del aparente poder que nos concede y aunque recuperemos cierto respeto propio cuando la llevamos a cabo, una respuesta desde la venganza suele dejarnos vacíos, sin energía, culpables y desconfiados.
En este caso también necesitamos revisar toda nuestra estrategia, siendo honestos con nosotros mismos y dando salida al dolor oculto, para que deje de actuar como el veneno en que se ha convertido. Es esencial hacer patente la cadena emocional con que nos mantenemos atados, para permitirnos liberarnos de ella y del profundo dolor que todavía nos acarrea.
Es inevitable, por lo tanto, transitar un cierto período de duelo cuando nos permitimos abandonar el poderoso mecanismo de la venganza, para desvincularnos del otro y regresar a nuestra propia energía.
4. SUPLICAR o RESIGNARSE - Olvidarme de Mi.
Finalmente, una cuarta estrategia bastante habitual tiene que ver con la súplica derivada de percibirnos víctimas indefensas de la situación.
Se activa cuando nos sentimos desesperados ante una situación, y para lograr el amor o reconocimiento estamos dispuestos a cualquier cosa, aunque incluya humillarnos y perder nuestra propia dignidad. Es cuando decimos que «nos rebajamos» o «arrastramos» para complacer al otro, y recuperar su cariño, por lo que inevitablemente implica vergüenza, culpa y autoodio, una energía invalidante con la que nos descalificamos a nosotros mismos.
En algunos casos puede ocurrir que este mecanismo se ponga en marcha cuando otros anteriores no han dado resultado… Aunque también puede tratarse del patrón principal para algunas personas cuya sensación de control antes ciertas situaciones es casi inexistente.
Por eso decimos que, a menudo, esta estrategia está más en contacto con el dolor y herida originales, puesto que hay menos capas emocionales cubriendo la vulnerabilidad de la persona.
Sin embargo, suele haber una confianza absoluta con la creencia base de que «sin el otro, no soy nadie«, por lo que la percepción del poder o autoridad personal está extremadamente ligada a la mirada y opinión del otro.
Si incluso esta estrategia no nos sirve, podemos tender a la resignación de la impotencia de nuestro fracaso, lo que puede llevarnos a retirarnos, aislarnos y refugiarnos en nosotros mismos. Sin embargo, no se trata de un «alejamiento» constructivo, sino que alberga una gran decepción y resentimiento para con la vida y el mundo, que puede derivar en depresión, apatía o parálisis.
Detrás de dicha resignación, si ni siquiera la súplica funcionó, se oculta la profunda creencia de que o bien nosotros «no somos dignos ni merecedores« o bien lo es el mundo entero y los seres que lo habitan. Ambas percepciones, no obstante, nos conducen a un mismo lugar de desesperanza.
TOMA DE CONSCIENCIA
Poner luz a la oscuridad, es tomar consciencia y hacer presente aquello que se mantenía en la inconsciencia. Y darnos cuenta de cuáles fueron las estrategias que aprendimos y usamos para ocultar e invisibilizar nuestras heridas, es un maravilloso aprendizaje que nos devuelve el contacto con nuestra dignidad y poder personal.
Necesitamos hacer presente lo que ocultamos bajo dicho dolor, para recontactar con un brío de autenticidad y verdad personal. A pesar del daño que creemos que nos producirá, la energía de una emoción incómoda y descarnada tiene el poder de devolvernos a la vida.
La conexión con nosotros mismos procede, a menudo, del afrontamiento de nuestras propias heridas para poder así recuperar la propia dignidad.
Durante demasiado tiempo hemos atribuido al mundo exterior la capacidad única de influenciar nuestro mundo emocional y psicológico. Le ofrecimos todo el poder posible, tanto para elevarnos hacia las estrellas como para sumirnos en la más asfixiante oscuridad.
Cuando recuperamos dicha autoridad para con nosotros mismos, aunque pueda parecernos un movimiento abrumador a nivel mental, es un acto de confianza que nos libera al instante… Puesto que ya no tenemos que tratar de controlar al mundo entero para que responda como queremos, sino solo atender nuestro mundo interno para, pase lo que pase, hacernos cargo de él.
Y es precisamente asumiendo nuestro propio poder y responsabilidad que podemos liberarnos de la influencia del mundo: dejando de culpar y buscar responsables constantemente afuera, quizás temamos tener que sostener la propia culpa por ser quienes somos ahora. Pero esa posibilidad es, en todo caso, un mero paso en el camino.
Solo nadando descubrimos que podemos nadar. Solo recuperando nuestra responsabilidad sobre nuestra propia dignidad como seres humanos, aprendemos a hacernos dignos y merecedores de ser quienes somos.
